Discriminadas por partida doble
Foto: Gerardo Iglesias
Las mujeres afrodescendientes han sido doblemente discriminadas a través de la historia: por su condición de mujer y por su condición de afro.
Durante mucho tiempo se ha afirmado que todas las mujeres sufren las desigualdades de un sistema político-social patriarcal fundamentado en criterios androcéntricos.
Cierto es que en las sociedades occidentales y orientales las mujeres nacen, crecen y viven en esta realidad.
Las desigualdades por razones de género se ven profundizadas al transversalizarse con otras formas de dominación como el racismo, el heterosexismo y el clasismo.
Basta con recorrer Latinoamérica y el Caribe para ver quiénes son las personas que realizan los trabajos menos remunerados, más insalubres, repetitivos, menos valorados, las personas que son la mayoría de las víctimas de las redes de trata, las que alcanzan menor escolaridad, las últimas en ser tomadas en cuenta a la hora de construir políticas públicas que les dignifiquen.
A lo largo de la historia de la humanidad, las afrodescendientes sufrieron formas de dominación que otros grupos de mujeres no experimentaron: fueron víctimas de la trata, de la explotación en las plantaciones y en las casas como servidumbre.
La esclavitud como tal fue abolida en el mundo hace mucho tiempo, pero hoy en día persisten las mismas forma, para las mismas mujeres, pero con otro nombre y no constituye delito.
Un aspecto que marcó fuertemente el destino de las mujeres afrodescendientes en el continente americano fue el proceso de sexualización, erotización y violación sexual al que fueron sometidas por parte de los hombres esclavistas.
Las esclavas eran abusadas sexualmente en forma sistemática y “natural”, lo cual trajo como consecuencia la construcción de un imaginario perverso sobre las mujeres afro, consideradas de fácil acceso y sexualmente disponibles para todo hombre blanco, y a veces también afro.
Las mujeres que por algún medio obtenían la libertad se consideraban como mujeres de moral reprobable, libertinas, entregadas al desenfreno, los placeres, la lujuria, la perversión, la bestialidad y el instinto; sumado a ello, en algunos casos eran acusadas de ejercer la prostitución.
Estos hechos limitaron sus posibilidades de inserción social, el pleno desarrollo de sus derechos y su libertad, al mismo tiempo que condicionaron su situación social futura, muriendo en la mayoría de los casos como habían nacido: presas y torturadas por un sistema que las condenaba por ser mujeres y afro.
Hoy, las niñas, adolescentes y mujeres afrodescendientes continúan siendo las más afectadas, vulnerables, discriminadas, excluidas y empobrecidas, y su situación está caracterizada por la marginación económica y por limitaciones para la participación y el liderazgo, el acceso a la educación, los servicios básicos, el empleo y la salud.
Hasta hace unos pocos años, las mujeres afrodescendientes estaban invisibilizadas en las estadísticas de la región, y por lo tanto se desconocía su situación real.
En los últimos tiempos, los estados democráticos están llevando a cabo pequeñas iniciativas para la contabilización de las poblaciones afro, y en alguna medida de las mujeres afro.
Sin embargo, todavía estamos con números negativos frente al bienestar de poblaciones que en algunos países paradójicamente son la mayoría2 y aun así no gozan del bienestar que sí tienen las personas que no son de origen afro.
Es importante reflexionar sobre el hecho de que las mujeres afrodescendientes se ubican en las escalas más bajas en lo relativo a pobreza e indigencia: son más pobres que los hombres y aún más que las mujeres no afrodescendientes (con excepción de la población indígena).
Asimismo, en lo referente a la participación política no han tenido acceso en igual proporción que el resto de la población, a los espacios de poder y de toma de decisiones, estando subrepresentadas en los niveles de gobierno de los ámbitos regionales, nacionales y locales.
Ello se debe también a que el sistema de funcionamiento interno de los partidos y la falta de recursos económicos para formalizar candidaturas eficaces dificultan la entrada de mujeres afrodescendientes a los parlamentos de América Latina y el Caribe en paridad con los hombres.
Las mujeres afrodescendientes exigen que se amplíen sus oportunidades para incidir en la formulación de su propia agenda y en el diseño e implementación de políticas públicas que incorporen la inclusión de la dimensión étnico-racial en intersección con la de género.
Por otro lado, es necesario generar estrategias y fortalecer espacios para su incidencia política, de forma que se garantice el ejercicio de sus derechos y plena ciudadanía en forma real y sustantiva.
Es por todo ello, que este 25 de Julio debemos pensar si realmente somos partícipes de unaAmérica Latina justa y equitativa en la que todos y todas tenemos los mismos derechos, sin importar el color de nuestra piel o nuestro origen étnico.
1 En julio de 1992, en el marco del Primer Encuentro de Mujeres Afro latinoamericanas y Afrocaribeñas realizado en Santo Domingo (República Dominicana) se decreta el 25 de julio como Día Internacional de las Mujeres Afro Latinoamericanas, Caribeñas y de la Diáspora.
2 La población afrodescendiente de América Latina, que representa entre el 20 y 30 por ciento de la población total de esa región, experimenta niveles elevados de pobreza y exclusión social y continúa afrontando una severa discriminación que afecta sus derechos en distintos ámbitos (CEPAL).
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FUENTE: http://informes.rel-uita.org/index.php/mujer/item/discriminadas-por-partida-doble